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Robots y androides: historias del futuro (Taller de escritura)


Salgo del hospital con mis análisis en la mano. No soy como los demás, de carne y hueso, sino de metal. Es un duro golpe, sin duda, pero no estoy tan triste como cabría esperar. ¿Qué tienen ellos que no tenga yo? No son máquinas, es cierto. Pero precisamente eso es lo que me hace mejor. Puedo arreglarme si sufro cualquier daño y mis piezas pueden ser remplazadas fácilmente. En otras palabras, tengo lo que cualquier humano desea: invulnerabilidad. Mi felicidad es tan grande que empiezo a reírme. Los papeles se me caen de las manos y una mujer los recoge del suelo. Sé que los ha leído porque me mira aterrorizada antes de dármelos y alejarse corriendo con su hijo. La gente empieza a cuchichear a mi alrededor y a señalarme. Entonces me doy cuenta que el corte en mi cuello está totalmente a la vista. Todos me miran con extrañeza, asco, y, sobre todo, miedo. Estoy seguro de que si me atacan soy totalmente capaz de defenderme, pero, dadas las circunstancias, me parece sensato echar a correr. Cuando me pierden de vista, me detengo un instante. Tras unos segundos, emprendo el camino hacia mi casa rodeando el bosque, esperando que nadie haya decidido dar un paseo por la zona esta noche.

Una vez en mi casa, me tumbo en el sofá y enciendo la televisión. Estoy algo intranquilo, aunque sé que nadie puede hacerme daño. En la primera cadena están poniendo una película de terror y decido verla. Trata sobre un asesino que se desliza por las rendijas de las puertas y mata silenciosamente. Me parece horriblemente mala, pero ya me he puesto cómodo y no me apetece estirar el brazo para coger el mando y cambiar de canal. Mis ojos empiezan a cerrarse cuando oigo golpes en la puerta. Los ignoro. Estoy viendo una película de miedo, seguro que son imaginaciones mías. Pero el ruido no se detiene. Algo molesto, voy a la cocina y, por seguridad, tomo el cuchillo más largo y afilado que encuentro. Sea lo que sea que me molesta a estas horas se va a enterar. Soy invencible, no le tengo miedo. Me acerco sigilosamente a la entrada de mi casa. Ninguna sombra se desliza bajo la puerta, sino que esta cae pesadamente sobre mí y un grupo de más de veinte personas se me echa encima. Por primera vez desde que descubrí que soy un robot, siento miedo. Todos me golpean y me gritan, llamándome monstruo. No dura mucho, porque todo se vuelve negro.

Me despierto sobresaltado y jadeando. Mi mujer se incorpora, aún medio dormida y me mira preocupada. Le cuento mi sueño y ella sonríe mientras me dice: “Solo ha sido una pesadilla, sabes muy bien que los humanos no existen. Vuelve a dormirte.” Le hago caso. Me enchufo al cargador y me desconecto de nuevo.

Elena Martín (2º ESO C)



Era un día nublado, me acababa de levantar y me estaba afeitando. Me hice un corte con la cuchilla, no me dolió mucho. Al mirar la herida, me di cuenta de que tenía unos extraños circuitos dentro de mí.

Fui a mi médico para que me explicase qué era aquello. El médico se quedó sorprendido. Dijo que esperara allí, que tenía que decírselo a su compañero.

Media hora más tarde, estaba inconsciente en un laboratorio bajo tierra, siendo examinado por unos científicos. Y así he acabado, compartiendo habitación en un laboratorio con una persona que tiene el mismo problema que yo. Y mientras esos científicos intentan que nada de esto se descubra, yo me esfuerzo en controlar mi angustia y busco un plan de huida definitivo.

Pablo Casal (2º ESO C)



MIKE

Allí estaba yo, Mike Miller, en la calle, de vuelta a casa, pensativo. En aquel momento pensaba en lo que me había dicho el médico, ¿Sería verdad que soy un robot?

Al llegar a mi casa, me puse a investigar sobre robots y encontré la dirección de una fábrica a las afueras de la ciudad. Cogí el coche y fui hacia allí. Al llegar, parecía una fábrica abandonada, pero encontré una puerta abierta y entré. 

Allí había mucha gente trabajando y pregunte a alguien dónde podía encontrar al jefe y me señaló una puerta. Allí el jefe me lo explico todo: que era un robot y que me habían fabricado allí. En ese momento, me llevó a otra sala donde me ató a una silla y me dijo que me tenían que borrar la memoria. Sabía demasiado. 

Después de esto me quede inconsciente y me llevaron a mi casa. Al día siguiente, ya no me acordaba de que era un robot. Al menos, eso era lo que ellos pensaban.

Clara Robles (2º ESO E)



Con mis conocimientos médicos me cosí el corte, aunque no sabía de qué estaba hecha mi piel en ese momento. Después fui a trabajar como una persona normal, aunque mi trabajo no es que fuese precisamente normal: Trabajaba como ayudante del mayor científico de una agencia secreta. En ese momento la agencia estaba en una lucha contra unos ciborgs, personas mejoradas a partir de implantes tecnológicos en su cuerpo. Ahora, dudaba en qué bando estaba...

Marcos Martínez (2º ESO E)




FOTOMATÓN

Una mañana de lunes cualquiera, Bob estaba afeitándose como todas las mañanas cuando, sin comerlo ni beberlo, se le resbaló la cuchilla haciendo un profundo corte en su garganta. Desesperado, corrió en busca del teléfono para llamar a emergencias, cuando se dio cuenta de que no le dolía. Volvió al cuarto de baño y, al ver su reflejo en el espejo, descubrió con horror que el corte había desaparecido.

Bob corrió hasta llegar a urgencias, irrumpió en la consulta del doctor Shepard, quién, intentando recuperar la compostura, le preguntó qué quería. cuando Bob consiguió por fin el diagnóstico que buscaba no podía creer lo que veía: ¡Era un robot, un montón de chatarra andante!

Dio unos pasos hacia atrás, tropezando con la ventana y cayendo desde un quinto piso, pero no se hizo daño. Estaba atónito, las personas se arremolinaban a su alrededor, pero sólo pensaba en ir a casa de sus padres ¡Ellos tendrían pruebas de que no era un robot!

Se levantó y empezó a correr. Corrió durante 30 minutos hasta donde debería estar la casa de sus padres, pero no estaba, sólo había un solar que llevaba varios años abandonado. Esto no era posible, recordaba que ahí debía estar la casa de sus padres, o no. Ya no tenía nada en claro, intentó pensar en sus padres ¡no los recordaba!

Bob solo quería ir a su casa, pero tampoco se acordaba de dónde estaba, empezaba a creerse que era un robot, ya casi no recordaba nada desde esta mañana ¡ese estúpido corte!

Tenía que hacer algo, ya debían de estar buscándole y tenía que esconderse. Bob decidió entrar a la casa que creía que era de sus padres. Subió a la parte más alta y miró por lo que quedaba de ventana (a los niños pequeños les gusta lanzar piedras), empezó a ver a la gente caminando por la calle, pero no se daban cuenta de que él estaba ahí.

Bob se quedó durante varias horas en la casa, cuando ya era de noche decidió salir. No había nadie en la calle, era extraño que nadie le buscase.

Empezó a desesperarse, no entendía lo que estaba pasando y ni siquiera sabía cómo volver a su casa. Llegó a una calle con una amplia carretera, nunca había estado por allí. Bob vio una luz que se acercaba a gran velocidad por la carretera, sin esperanzas, saltó hacia ella.

El coche lo esquivó como pudo, con el giro chocó contra una farola y la persona que iba al volante salió despedida rompiendo el parabrisas. Bob tenía miedo, miedo de esa persona, miedo de haberla matado… entonces se levantó y se fue andando como si nada…. Bob no sabía qué hacer, de repente algo empezó a brillar, levantó la vista y vio un claro mensaje de:
ERROR

Julia Cernuda (2º ESO C)



ROBOT

El shock inicial no fue nada comparado con los cientos de preguntas que me asaltaron con el tiempo: ¿Quién era mi creador? ¿Para qué he sido fabricado? ¿Qué pensará la gente?,... Pero la que sin duda me causaba una mayor inquietud era: ¿Habrá más robots como yo?

Decidí ponerme en contacto con unos laboratorios de la ciudad para ver si me daban algunas respuestas, aunque solo conseguí que me tomaran por loco y me echaran del edificio a patadas. Si sabían algo, estaba claro que no me lo pensaban decir.

Pasó el tiempo y empezaron a salir noticias de robots que acababan de descubrir lo mismo que yo había hecho hace años. Hubo algunos que hasta escribieron libros y se hicieron famosos por ello. Parecía que, de repente, el mundo estuviera habitado por más robots que humanos. Los pocos que quedaban se encerraron en sus casas y nos tenían miedo y, en el fondo, yo también. Aunque éramos mejores que los humanos en muchos aspectos, la mayoría de nosotros carecía de sentimientos o empatía, incapaces de ver la inocencia en un niño o admirar la belleza de una flor.  Aquello era el fin.

Elena (2º ESO E)



Corría el año 3050. El mundo se dividía en dos, los seres humanos y los androides, una especie de robots que, en apariencia, no se diferenciaban de los seres humanos, simplemente estaban hechos de materiales metálicos y cables. Yo siempre me había considerado un ser humano. En la familia, todos lo éramos, y yo nunca había tenido la menor duda, nunca hasta aquel día. El mes 13 del año 3050 me afeitaba la barba. Era una actividad rutinaria, y no había nada especial en ella, hasta que me corté con la cuchilla en la garganta. Empecé a sangrar. Estaba oscuro, ya que aún no había amanecido, pero noté una sensación extraña al tocar la sangre. Era aceite de motor. Empecé a ponerme nervioso y a pensar que aquello no era posible, el pánico se apoderaba de mí poco a poco. Hasta que de repente, se me ocurrió la idea de mirar el corte, para ver si era una falsa alarma y no había ningún cable en mi cuerpo. Así lo hice, miré mi herida, que no era muy profunda, y pude distinguir el brillo de lo que, sin lugar a dudas, era un cable. Inmediatamente fui al hospital, y, tres días después, estaba asimilando el hecho de que era algo diferente a lo que creía haber sido durante toda mi vida. El mundo estaba aún por asimilar la sociedad en la que los robots estaban incluidos de ella, y había mucho rechazo hacia los androides por parte de familias tradicionales, que no querían mezclarse con ellos, familias como la mía.

Y bien, ¿Qué podía hacer yo ahora? Si se lo decía a mi familia, probablemente me rechazasen, así que esa no era una opción. Pero tampoco podía seguir viviendo como si nada hubiera pasado sabiendo la verdad. ¿O sí? ¿Y si siguiera como si nada hubiera cambiado? Tampoco quería hacerlo, ya que iba a ser duro y poco agradable. Estuve días aparentando normalidad, comiéndome la cabeza a todas horas, pensando en el mismo tema una y otra vez.

Un año después, encontré una tercera alternativa. Consistía en transformarme. Se descubrió una operación mediante la cual un robot podía aparentar ser un ser humano mediante unas inyecciones de sangre real, que salía por las heridas al rasgarse la piel, y en arreglar algún que otro desperfecto físico que nos diferenciaban de los seres humanos. El único problema de esta cirugía era que no estaba totalmente comprobada, y que, si fallaba, había grandes probabilidades de apagar tu sistema para siempre. Era un riesgo que estaba dispuesto a correr sólo por el simple hecho de ser aceptado en la sociedad. Decidí hacerlo, sin que nadie se enterase, en una operación totalmente confidencial. En el año 3053 me operé. Fue un proceso duro, complicado, largo y, sobre todo, fallido. El día que me reinicié de la operación, me cortaron un dedo, y lo que salió no fue ni sangre, ni aceite de motor. Fueron cables. Las entrañas de mi ser se escapaban de mi al más mínimo rasguño producido en mi piel.

No duré mucho tiempo más. Los doctores planificaron que me quedaban tres meses de vida, que no viviría precisamente bien, ya que sufriría dolores y apagones repentinos en mi sistema constantemente. Me apagué definitivamente exactamente el día predicho por los médicos.

Carmen Bernardo (2º ESO C)



CABLES Y VENAS

Era lunes, a las 7:10 de la mañana. Como cada día, a esa hora, Julián se afeitaba medio dormido. Espabiló de pronto cuando, accidentalmente, se hizo un corte cerca de la barbilla y, más aún, cuando vio que bajo su piel no había sangre, sino circuitos.

Intentó olvidar el suceso e ir a trabajar como si nada, pues era el jefe de una gran empresa y todos le tenían respeto, miedo y muchos, odio, ya que no era especialmente simpático. Pero, por primera vez, sintió miedo: ¿Era un robot? ¿Qué iba a decirle a su familia? ¿Toda su vida había sido una máquina sin sentimientos?

Desde entonces, empezó a observar a la gente por la calle; quizás él no era el único robot…

Vio a una niña caer de un columpio en el parque: de la pequeña herida le salía sangre; a un camarero cortándose con una copa rota, sangre; a una anciana tropezando en la escalera, sangre. De nadie salían cables.

Pasaron los meses y una tarde como cualquier otra, el antipático Julián salía de trabajar. Observó cómo un adolescente cruzaba por el medio de la carretera con el móvil y los auriculares, distraído, y cómo un gran camión se acercaba en su dirección. Sin pensarlo dos veces, saltó a por el chico y lo puso a salvo; sin embargo, él salió herido. Sorprendéntemente, de sus heridas brotó sangre. Julián no daba crédito, ¿dónde estaban los circuitos, los cables…? ¡Ya no era un robot!

Por primera vez, se sentía más persona que nunca, con ganas de ayudar, de querer y ser feliz.

Había vivido tantos años triste, amargado y solitario, que había perdido los sentimientos.

Ahora, tras arriesgar su vida por un completo desconocido, era humano de nuevo. Al fin y al cabo, si no mostramos humanidad, no somos más que robots.

Lucía Suárez (2 ESO)



¿Un robot? No me lo podía creer. Era un robot como los de las pelis de ciencia ficción. Fui corriendo a contárselo a mis padres.
- ¿Sabéis qué? ¡Soy un robot!
Mi familia, en vez de asombrarse, me miró seria.
- Siéntate, tenemos que hablar -dijo mi madre-  Es que… has sido creado por la CIA para salvar al mundo de una catástrofe mundial.
- ¡Cómo mola! -No me lo podía creer. Iba a salvar el mundo de una catástrofe.
- Espera…¿Qué catástrofe?
- Tienes que salvar al mundo de unos bichos gigantes que caerán del cielo.
Me fui de casa de mis padres muy asustado.

Claudia García (2º ESO E)



Antes, solía ir todos los jueves a hacer la compra a la tienda de debajo de mi casa. Saludaba a la dependienta y me perdía entre filas y filas de estantes repletos de alimentos. Siempre compraba lo mismo, el mismo día y a la misma hora. Tras años de rutina me había convertido en un cliente habitual, incluso podía presumir de saberme el nombre de todo aquel que había trabajado allí desde que empecé a ir.

Pero ahora, miles de preguntas surgían del interior de mi cabeza. Si era un robot, ¿Por qué tendría que comer? Eso significaría que igual nunca habría tenido hambre de verdad, pero, ¿Por qué nunca me habría dado cuenta de ese detalle? Había visto cómo las demás personas lo hacían y, tampoco me había planteado nunca el motivo.

¿Y qué pensarían Amanda y Cristina, las actuales dependientas del súper, si la semana que viene no apareciera a las 6, el jueves, e hiciera las compras como siempre? Igual esto supondría que todos los días cuando pasara por delante de la pequeña tienda, nuestras miradas se encontrarían, las suyas buscarían un porqué, pero, yo...no podría dárselo.

Irene Rodríguez (2º ESO E)



Decidí escaparme de mi casa puesto que todos me verían como un monstruo. Empecé a vivir en las bocas del metro y de la poca limosna que me daba la gente, hasta que un día un grupo de hombres me secuestró y me llevaron hasta una especie de laboratorio en el que me hicieron una serie de pruebas e inspecciones. Se les ocurrió hacer un conjunto de seres como yo.

-Año: 2038
-Siglo: XXI
-Situación política: Cuarta Guerra Mundial 

La cuarta Guerra Mundial había estallado; todo esto comenzó hace unos 21 años entre Estados Unidos, Rusia y Corea del Norte. Alemania estaba aburrida y se animó a participar.

La anterior guerra había sido devastadora, ya no solo para los países participantes, también para los cercanos. No había casi vida por las calles, ya no existían las ciudades, ni los pueblos, ni nada. Todo era un gran desierto en el que combatían androides y seres humanos. 

Los rusos tuvieron una gran idea, que fue que después de tantas muertes de personas inocentes, crearon una élite de máquinas con características humanas. A los coreanos también les pareció una buena idea y se aliaron.

Estados Unidos y Alemania siguieron utilizando humanos y armas nucleares, americanos y alemanes se aliaron y formaron un cuerpo de hombres (y mujeres) que desde su nacimiento eran arrebatados de sus padres y metidos en campos de concentración en los que se les enseñaba el alistamiento militar y todo tipo de manejo de armas.

Los países estaban divididos en dos zonas: zona norte rusos y coreanos, alemanes y americanos en la zona sur.

Llevaban mucho tiempo preparándose para este momento: los rusos atacaron primero, los alemanes no se quedaron atrás, los coreanos atacaron a los americanos por la espalda y estos contraatacaron soltando la primera bomba, el paisaje era muy poco apacible: había sangre a borbotones, saltaban chispas y hasta rodaban cabezas.

Con todo este jaleo, nadie se había enterado de que un androide y un humano se habían escapado:
-Esto no puede seguir así-dije yo
-Lo sé, pero tú y yo somos solo dos y ellos son más de un millón-repuso el humano
-Tengo un plan, ¡Sígueme! -exclamé y empezamos a correr
Él y yo llegamos al centro del campo de batalla, mi amigo gritó y se hizo un silencio sordo:
-Son todos ustedes unos verdaderos idiotas-comenzó a explicar mi compañero-si esta guerra no se acaba, ya no habrá humanidad.
-Los humanos y los androides podemos convivir, todos somos iguales, al fin y al cabo-dije yo agarrando la mano de mi compañero

Se hizo un silencio muy tenso y tras unos minutos, androides y humanos estaban estrechándose las manos y todo volvió a ser como debía.

Mencía (2º ESO C)



ROBOT

“No cabe duda, es usted un robot.” Eso fue lo que me dijo el médico nada más verme. Noté cómo me miraba, esa mirada de temor nunca se me olvidaría. ¿Qué haría yo ahora? ¿En quién podría confiar para contarle mi problema? Todas estas preguntas rondaban mi cabeza. Mañana cuando me despierte lo solucionaré. Los robots son inteligentes o, al menos, eso esperaba.

Clara Racamonde (2º ESO E)




Era el momento perfecto para llamar a la policía, pero decidí esperar, al fin y al cabo, no sabíamos si eran malos o buenos.

Él estaba en el garaje observando los utensilios de encima de la mesa: tijeras, lápices, un destornillador... etc. Mientras que yo, estaba escondida detrás del coche.

De repente, empezó a sonar mi móvil; era Ana, colgué rápido el teléfono. El robot miró hacia el coche y se fue acercando poco a poco. Cogí una barra de metal que había debajo del coche por si acaso me atacaba.

Dejaron de sonar sus pasos, no sabía dónde estaba, me levanté, miré hacia atrás y allí estaba, justo en frente mío. Nos miramos uno al otro durante un rato.

Era exactamente igual que una persona normal, solo que se movía de una manera extraña. Era alto, brazos largos, piernas largas, ojos marrones y pelo corto. Parecía enfadado, estaba muy serio y daba miedo, pero aun así, opté por preguntarle:

- ¿Quién os creó? – Le pregunté.
- La compañía LEDA. – Respondió muy serio.
- ¿Qué compañía es esa? ¿Hacen algo más aparte de robots? -Me limité a decir.
- Sí. También crean clones. – Dijo.
- ¿Y para qué os crean? – Le contesté.
- No es asunto mío, yo solo sé que os tenemos que llevar, a toda la ciudad, con el jefe. - me respondió.

Me agarró y me subió a un coche raro, parecía del futuro. Después de subirme, me inyectó algo y me quedé dormida.

Cuando me desperté estaba rodeada de gente de todos los sitios del mundo: franceses, ingleses..

Todos estaban muertos de miedo, mirándose unos a otros y gritando. Yo también tenía miedo, quería ir con mi familia. 

Paula Rebollo (2º ESO C)


INDEPENDIENTE

Al recibir las pruebas médicas estaba muy desconcertado, no sabía qué hacer, así que me fui a casa. Me pasé la noche en vela pensando que mi vida había sido una mentira… Bueno, si es que un robot puede tener vida.

A la mañana siguiente, al prepararme para ir a trabajar, descubrí unas extrañas letras en mi espalda: “Robotic S. A.”. Ese nombre me era muy familiar. Al salir del trabajo me di cuenta ¡Era la siniestra fábrica que había a las afueras de la ciudad! Rápidamente cogí el coche y fui hasta allí. Cuando llegué no había nadie. Parecía que estuviera abandonada (si no hubiera sido por su buen estado) ya que no se veían coches aparcados de los trabajadores, ni se escuchaban ruidos.

Golpeé la puerta, pero nadie contestó. Volví a golpear y acto seguido la puerta se abrió sola. Entré y a mis espaldas la puerta se cerró. Estaba a oscuras y no veía nada, así que encendí la linterna del móvil hasta encontrar un interruptor de luz. Lo subí y la fábrica se iluminó. Era un lugar muy grande, con muchos aparatos electrónicos modernos y muy misteriosos. Lo que más me llamó la atención fueron una especie de cabinas muy extrañas. A su lado todas tenían un panel con un botón y un número. Me fijé que en un panel decía “INDEPENDIENTE”. La curiosidad me pudo, así que pulsé el botón. La cabina se abrió y dentro…¡Había alguien igual que yo! Del susto me caí al suelo, no sabía qué hacer.
Me tomé mi tiempo, respiré hondo, me tranquilicé y seguí investigando. Descubrí unas escaleras que conducían a un piso superior, así que las subí lo más rápido que pude. Al llegar al piso superior me encontré con un hombre de unos cuarenta y muchos, pelo negro muy corto, alto, delgado y con mirada inquieta. Al verme comenzó a gritar. Yo solo le entendía “¡no tendría que haber dejado que te hiciera, será el fin!” Me acerqué a tranquilizarlo, pero sacó una pistola y me apuntó. La cosa se estaba poniendo tensa, así que retrocedí un paso. Él movió la pistola hasta apuntarse así mismo. Entre lágrimas dijo el nombre de Juan Sarrio y acto seguido se disparó. Murió al instante.

Me acerqué a él y observé que tenía un papel con una dirección y el nombre de Juan Serrano. Sin pensármelo salí de la fábrica y fui a aquella dirección lo más rápido que pude. Al llegar llamé a la puerta y un señor de la misma edad que el anterior la abrió. Al verme su rostro palideció y acto seguido también se apuntó con una pistola. Se la arranqué de las manos la guardé en el bolsillo de mi chaqueta y le dije que me contara qué había pasado. El señor, sin más, me invitó a entrar. Me explicó que hace unos años él y su amigo (el que se había suicidado a mis pies) idearon unos androides en su fábrica de electrónica. Eran muy obedientes a las órdenes de sus jefes, pero todos acababan estropeándose, todos excepto mi modelo. Era un modelo perfecto, si no hubiera sido porque era independiente. Al principio pensaba que eso era bueno, hasta que empecé a hacer las cosas a mi manera sin hacerles caso a ellos.

Con el tiempo empecé a matar a trabajadores de la fábrica, hasta que un día hice que un modelo de robots saliera caótico en vez de obediente. Aquel modelo constaba de diecisiete clones, los cuales eran los más humanos hechos hasta entonces. Después de aquello me resetearon la memoria. Al saber eso cogí la pistola y me apunté con ella, odiaba la idea de ser el causante de tal desastre. Juan me detuvo. Yo era el único que podía exterminar ese modelo. Si todo este tiempo había estado estable lo estaría por el resto de mis días, así que salí de aquella casa dispuesto a matar a aquellos androides… Pero eso será otra historia.

Ángel Álvarez (2º ESO C)





Imagínese una situación en la que usted se da cuenta de que no es un ser humano. Al afeitarse una mañana ante el espejo de su cuarto de baño, se corta la garganta y descubre con pavor que en el fondo de la herida hay una serie de circuitos electrónicos. Desconcertado, decide someterse a unos exámenes en el hospital y el diagnóstico no tarda en llegar: usted no es una criatura biológica. Sus huesos son de titanio, sus articulaciones son de carbono, el líquido que corre por sus venas de plástico es aceite de motor, tiene placas de silicio situadas en el lugar de los órganos internos y, para colmo, su cráneo está completamente vacío, sin el menor rastro de cerebro. No cabe la menor duda, es usted un robot.

En ese momento no pensé que yo era un robot. Me acosté en mi cama y me puse a pensar en lo que había pasado y me quede dormido.

Al despertar de mi profundo sueño me encuentro en un lugar raro, como si fuera un hospital, miro a todos los lados pero no veía a nadie.

Al salir vi a un robot armado y me dijo:
- ¿Qué haces aquí coge ya tu arma y ponte en combate?

En ese momento no comprendí lo que pasaba, pero decidí coger un AK-47 que estaba en el suelo.
Al salir a la calle comprendí lo que estaba pasando: era una crisis ómnica (la lucha entre robots y humanos). En ese momento, se acercó un soldado y me dijo:
- Como no empieces a disparar tu arma, morirás.

Me quede pensando porque no sabía en qué bando debería de estar, si en el de humanos o robots. Lo que hice fue correr hasta el  lugar más alto que había.

Al llegar arriba del todo cogí mi móvil, lo conecte a un agujero que tenía en la cabeza y grite:
- Escuchadme todos, ¿Por que tenéis que luchar entre todos y no podemos vivir todos en paz.

En ese momento los soldados y robots soltaron sus armas y se dieron un abrazo. Al final todos pudimos vivir en paz.

Ahora tengo una mujer y 2 hijos, uno robot y el otro humano. Después de la crisis ómnica me nombraron presidente del mundo por hacerlos razonar de que no había que luchar para saber cuál era más fuerte, pudiendo vivir todos en paz.

Desde eso momento no hubo más guerras entre robots y humanos.

Raúl Martín Viejo 2ºC



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